8 jun 2012

Atalía Urbiola

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Danae Ortega

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Ana Toboso

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ANÁLISIS PRAGMÁTICO DE UN FRAGMENTO DEL LIBRO DESEOS DE MARINA MAYORAL: CONSUELO Y HÉCTOR


Adrià Torrens Urrutia
07/06/2012
Filología hispánica
Pragmática

ANÁLISIS PRAGMÁTICO DE UN FRAGMENTO DEL LIBRO DESEOS DE MARINA MAYORAL: CONSUELO Y HÉCTOR

El fragmento del libro de Deseos de Marina Mayoral que he seleccionado para aplicar un análisis pragmático ha sido “Consuelo y Héctor”, páginas: 177-187.
Este fragmento comprende un diálogo desde la primera línea hasta el final. Por tanto, en este análisis pragmático se van a reproducir todas aquellas teorías que, por tratarse de un diálogo, están sumamente relacionadas con el análisis de la conversación
Son varios los aspectos pragmáticos que se configuran alrededor del uso de la conversación como:
·         Los elementos que regulan la comunicación: emisor, receptor, canal…
·         La deixis: son los usos no marcados de las codificaciones gramaticales de los parámetros temporales, espaciales… Se organizan alrededor de la asunción de participantes copresentes en una conversación
·         Las implicaturas: están estrechamente relacionadas con las máximas de Grice, si se manifiestan cuando se violan las máximas se produce una asunción contraria a las indicaciones superficiales. Se asumen asunciones específicas acerca del contexto conversacional.
·         Actos de habla: Se basan en las ideas de Austin y Searle. Representan los fenómenos centrales en las teorías pragmáticas. Se construyen muchos tipos de actos de bajo la conversación.

De hecho, casi todos los conceptos pragmáticos pueden aplicarse en el análisis de la conversación. Por lo tanto, se comprende la conversación como tipo central o más básico del uso del lenguaje.
El objetivo consiste en exponer los procedimientos que utilizan los hablantes durante una conversación, dar cuenta de cómo se producen y se entienden.
Una conversación podría resultar un caos, sin embargo resulta un proceso ordenado y coherente.  Por ello, en primer lugar se señalará: ¿cómo se articula la conversación?; ¿quién, cómo, y dónde se construye?
Cómo:
En primer lugar, el texto comprende un diálogo de principio a fin. Solo un diálogo (canal oral) puede comprender el análisis conversacional. Diálogo se define como: sucesión de intervenciones o TURNOS, se contrapone así al discurso, MONOLOGAL.  Hay que hacer referencia a otra característica que contrasta claramente con el discurso, esta es la naturaleza, objetivo y medios de análisis entre ambos.
El análisis del discurso emplea una determinada metodología para sacar principios teóricos de la lingüística. En cambio, el análisis de la conversación mantiene un enfoque empírico (no teórico) y evita elaborar teorías prematuras. Por lo tanto, consiste en un consiste en un método empírico-inductivo, es decir, a partir de buscar las pautas recurrentes presentadas en registros de conversaciones espontáneas, quiere extraer, a partir de determinadas observaciones, el principio general que en ellas está implícito. Se puede resumir entonces que: el análisis del discurso es teórico e intenta llegar a conocer las cosas a través de consideraciones especulativas; mientras que el análisis de la conversación, al considerar una base empírica , pretende alcanzar el conocimiento lingüístico a través de la propia experiencia vivida, real.
A parte del diálogo, se consideran tres características descriptivas adicionales para que la conversación pueda realizarse:
·         Inmediato: pues sucede en el presente de los personajes  –del momento, aquí y ahora–.
·         Dinámico: intercambio de papeles entre los interlocutores. No sucede en una conferencia.
·         Cooperativo: existe una voluntad de intervención por parte de los actuantes (distinto al monólogo). 
Hay que apuntar a que estas características se dan a causa de la finalidad misma del diálogo, esta es la INTENCIÓN comunicativa. El diálogo comprende los elementos presentados, pero el motivo que lo engendra es la intención del hablante. No siempre tiene porque ser informativa (querer decir algo). Se puede hablar solo para pasar el tiempo, pero aunque sea así, siempre hay una INTENCIÓN comunicativa.
Cabe destacar que se diferencia de la intención del hablante con la intención en pragmática. Esta se refiere al principio regulador de porque se ha escogido una forma y no otra. Aun así, ambas encajan con el concepto de finalidad.
Dónde:
Es imprescindible establecer un lugar espacio-temporal: el Contexto. En este caso, transcurre en la delantera de un vehículo (ambulancia)[1] durante un trayecto. La situación física entre los hablantes es muy próxima, lugar estrecho, crea cercanía física entre los interlocutores. No resultan incómodos, puesto que son viejos amigos de la infancia. Esta situación ayuda a revelar parte de la información pragmática, puesto que resulta una situación propicia para expresar sentimientos y opiniones entre los dos interlocutores. El texto muestra una conversación íntima y de alto contenido emocional y confidencial.
El contexto también revela el tipo de relación social que hay entre los hablantes, y esto queda plasmado en el texto. Por ejemplo, Héctor apocopa el nombre de la hablante llamándola Consu[2]. Esto refuerza el alto grado de intimidad y confianza. Su relación social facilita un diálogo privado con posibilidad de alto tono emocional y respeto.
                Como ya se ha mencionado anteriormente, los dos personajes que llevaran a cabo el rol de emisor y destinatario serán Consuelo y Héctor. Sea cual sea el mecanismo responsable durante el habla oral, el sistema de dirección local  propuesto por Sacks, Schegloff y Jefferson (1974, 1978) encaja muy bien con la manera en la cual los personajes gobiernan su turno y mantienen su diálogo. Estos alternan la función de emisor y destinatario según el componente estructurador de turnos. Por lo tanto, la conversación se configura a través del lugar pertinente de transición (punto en el que los hablantes se intercambian su función, fin del turno de habla).
Los fenómenos que ayudan a reconocer el lugar adecuado de transición son:
1.       Completitud de construcción gramatical. Cada turno comprende una construcción completa. Podría parecer discutible dado que en algunos puntos las oraciones parecen ser incompletas y se terminan mediante el uso de los tres puntos, como por ejemplo en la página 179: Y en vuestra casa… En realidad, esta construcción no pretende transmitir una función en sí, sino que está ofreciendo el turno al otro interlocutor. Por lo tanto, no se queda la frase a medias porque no pretende ser una construcción gramatical completa, la intencionalidad de esa construcción es ofrecer el turno.
2.       Tonema descendente. Ejemplo: 177: es posible que…, finaliza el turno y la autora se sirve de los tres puntos para indicar la descendencia tonal.
3.       Alargamiento de ciertas sílabas. El mismo ejemplo de la página 177 que se ha comentado en el punto dos resulta también revelador para esta característica. Es fácil imaginar cómo se alarga la “e” de ese es posible que…
4.       Finales redundantes. No se presenta ningún final redundante.
5.       Marcadores de control de contacto. El control de contacto básico sería la mirada. Es sencillo imaginar como en un coche cuando una persona habla con otra de repente va girando la cabeza hacia el lado para mantener el contacto visual de la conversación. Así mismo, aparece un ejemplo en la página 180 (este fenómeno estaría relacionado con la comunicación ostensiva): Consuelo sonríe y mira a Héctor, que le devuelve la mirada y sonrisa. También aparece algún marcador de control de contacto. Sería el caso de la página 178 cuando Héctor empieza a hablar: Supongo que sigue igual, ¿verdad? Yo por mí iría a verlo […]. Ese verdad usado por Héctor busca el seguimiento y la implicación de su compañera de conversación, no pretende ser solo una pregunta retórica.
6.       Dirección de la mirada. En la página 180: primero no mira y habla, luego se miran. La autora es consciente de la importancia del significado de las miradas en una conversación. Por eso, cuando se efectúa un momento en el que se representa una rotura con lo que sucedía hasta el momento, la autora lo señala.
Anteriormente, ya se mencionó el turno como unidad fundamental para construir conversación. Se puede hacer referencia a él como hueco conversacional, unidad no lingüística, sino constructiva. Todas las reglas que regulan el LPT quedan representadas en el texto de Marina Mayoral.




Regla 1:
1.1.  A escoge a B en su turno para que este hable. A deja de hablar y a continuación procede B. Por lo tanto, los turnos se intercambian tras el primer final de turno de habla: LPT, tras la selección. Ej. pág. 177:
−¿Tú has podido desayunar? Puedo acompañarte está ahí mismo, al volver la esquina.
−No, gracias. He tomado un vaso de leche de la máquina y una enfermera me ha dado unas galletas.
1.2.  - A no selecciona a B, entonces uno de los dos se autoselecciona y adquiere el derecho de asignar el turno siguiente. Ej. pág. 178:
−Hace más de un año Héctor.
-¡Más de un año! Me parece increíble, el tiempo se pasa sin sentir, no es un tópico.
−Sobre todo cuando se es feliz.
−Me haces sentirme culpable, Consu. Eres la única que ha estado a la altura de las circunstancias.
1.3.  -A no selecciona a B, tras el LPT, y no se autoseleccionan, es decir: no se sigue la regla anterior, A puede continuar: por lo tanto A (aunque no es necesario) puede continuar tal y como sucede en el siguiente ejemplo: pág. 179:
                −Odia a los que estamos sanos, a los que podemos movernos a nuestro antojo.
−¿Odia? Consuelo hace un gesto de resignación. [No responde nadie y ella se autoselecciona].
−Soy su mujer y su médico. Dos razones para callarme, pero la verdad es que odia a todos los que se le acercan. Y ese odio es lo que lo ha enloquecido.
Regla 2:
Esta sucede como consecuencia de la aplicación de la 1.3. Indica que en el siguiente LPT debe aplicarse la 1.1.-1.3. y, recursivamente, en el siguiente LPT, hasta que se efectúa un cambio de hablante. Y así sucede. Ej. 183.  Mediante autoselección:
                −Ya deberías estar acostumbrado a oírlas.
−¿Acostumbrado? [Silencio, el hablante se autoselecciona] Te puedo enumerar el resto de los adjetivos que me aplicaba mi ex.
Pág. 180. Mediante 1.1:
                −Sí, dicen. A mí también me pasa.
Durante un rato largo se quedan callados, mirando hacia delante. Es Consuelo la que rompe el silencio.
                −¿Ves mucho a tus hijas?
Con estos ejemplos, se puede afirmar que el texto contiene los dos componentes de asignación de turno: aquellas situaciones en que el turno es asignado por el hablante actual y, por lo tanto, selecciona al siguiente, y aquellas en las que el siguiente turno será asignado por autoselección.
La autora también usa los pares de adyacencia en su texto. Estos son enunciados pareados, fórmulas acción-respuesta, rituales. Son típicos de las conversaciones de dos. No seleccionan al hablante sino a la acción. Ej. 189.
−Hasta pronto, Consu.
                −Hasta la vista, Héctor.
Las características que presentan los pares de adyacencia quedan reflejadas en el ejemplo presentado:
·         Son adyacentes (situados en la inmediación o proximidad de algo).
·         Son producidos por hablantes diferentes.
·         Organizados en dos partes: la primera parte determina una segunda.
Aún así, la adyacencia fue cuestionada por Levinson. Precisó que, a veces, entre  pregunta-respuesta puede haber varios anunciados. SECUENCIAS DE INSERCIÓN. Por ello, matizó que era mejor hablar de pertinencia condicional, puesto que es esperable tras una primera parte una segunda. También mencionó otro problema que surge a partir del concepto de par de adyacencia, y es que se refiere a que la segunda parte es potencial de la primera, y, a veces no se corresponden de este modo, la respuesta puede resultar una palabra de otra categoría, incluso una estructura gramatical entera podría sustituir un par de adyacencia. Por eso, añadió el concepto de organización de preferencia. El texto delata los matices que Levinson añadió a los pares de adyacencia, pág. 177:
−¿Quieres que pasemos por la cafetería? [A lo que se esperaría un simple sí o no el interlocutor responde].
                −He tenido tiempo para intimar con otros conductores de ambulancias, me han ayudado a aparcar y me han recomendado un bar para tomar café y bollos. No sé si sería el hambre, pero los he encontrado riquísimos, dicen que los traen de un horno cercano. [La respuesta llega al final, después de la inserción, de modo implícito].
Para finalizar, se reseñan algunos elementos ya expuestos y otros nuevos también tiñen al pasaje de características que la pragmática atribuye a una conversación:
1.        Cambio de hablante
2.        Una parte habla en cada momento
3.        Transiciones sin lapsos ni solapamientos
4.        Orden de turnos variado
5.        Tamaño de turnos: Ni fijado ni regular. Depende de factores psicológicos e intención de los interlocutores.
6.        Duración: espontánea: termina cuando uno de los dos decide abandonar la conversación según el impulso de este o su voluntad.
7.        Técnicas de asignación de turno: Sistema de dirección local: Sacks, Schegloff, Jefferson.
8.        Variedades estructuradoras: pares de adyacencia.
Este compendio textual fue el que se usó para la exposición y dio una conclusión en concreto: el texto está organizado mediante una voluntad de ordenación y bajo la literaturización.  Por lo tanto, no es una fuente empírica y por ello no es lo suficientemente válida para realizar un análisis de la conversación. Sin embargo, la literatura puede servirse de las teorías pragmáticas y del análisis de la conversación para poder reproducir diálogos más cercanos a la realidad y ofrecer más juego que un simple diálogo alternado.
Tras esta parte, el trabajo continúa y, al haber tratado el análisis de la conversación, se centrará en el estudio de los elementos más directamente relacionados con este: deixis, implicaturas, y actos de habla.
La deixis resulta la prueba más obvia de la relación entre el lenguaje y el contexto, puesto que los elementos deícticos resultarían incomprensibles sin su referente. Por tanto, se asume desde un principio que para comprender un deíctico es necesario hallar su centro deíctico, sino solo se entenderá el enunciado de un modo parcial.
El texto de Marina Mayoral presenta deixis de persona, lugar, tiempo, y discurso, solo se excluye la deixis social.
Las deixis de persona de más presencia en el texto son las de tercera persona. Los dos interlocutores hacen experiencias a situaciones vividas, tanto presentes, como pasadas e hipotéticas. En estas situaciones, se hacen referencia a terceras personas. Por eso, usan deícticos como en la página 177: − (Ella) Está ya en el quirófano y casi seguro que se salvará. Este caso en particular no presenta ningún centro deíctico, no hay ninguna referencia sobre quién se está hablando, aunque los dos hablantes comprenden perfectamente de quién se trata. Se refieren a una chica que ha sido agredida violentamente y tras la intervención de ambos interlocutores han conseguido salvar su vida. Este referente se comprende si se ha leído el capítulo que precede a la conversación.
Otro ejemplo de deixis en tercera persona, sería el ejemplo de la página 178: tuve la impresión de que aquí lo molestaba. El pronombre lo, por concordancia del predicado con el sujeto elidido yo (deixis de primera persona, hace referencia al hablante mismo),  revela de inmediato una relación del hablante, en este caso Héctor, y se refiere a una tercera persona en concreto que por el contexto no será deducible hasta que la conversación avanza y se revela. Una vez más, para ambos interlocutores no es problema resolver a quién se refieren estos deícticos, será por la implicación previa a la pregunta: (pág. 178) Supongo que sigue igual, ¿verdad? Yo por mí iría a verlo, como en los primeros tiempos en el hospital. El hablante da los suficientes datos referenciales para que el receptor comprenda de quien se trata. Si no lo supiera el receptor asaltaría tal vez con la siguiente pregunta: ¿De quién me estás hablando? Queda claro que el pronombre en tercera persona excluye al hablante y al destinatario del centro deíctico, pero debería considerarse que  la exclusión no es radical, puesto que en el último ejemplo sí que se mantiene una relación entre el deíctico y el sujeto. El deíctico necesita al sujeto para tener sentido, ambos quedan relacionados, y, por lo tanto, la exclusión no es total.
Aparecen deícticos de segunda persona, como es el caso de (pág. 179) También lo hacía cuando tú ibas a verlo. El marca la inclusión del destinatario, señala así el centro deíctico hacia él.
Algunas deixis de lugar quedan representadas en el texto, en concreto las descriptivas, no aparece ninguna de situacional. Como ejemplo, en la página 177: está ahí mismo. El hablante toma como centro deíctico su posición y desde su punto marca la proximidad hasta el establecimiento en concreto, un bar.
También nos encontramos con algunas deixis de tiempo adverbiales. Ej. Pág. 179: Ahora está mejor porque tiene un tratamiento psiquiátrico, pág. 183: Después me casé y cuando las cosas empezaron a ir mal tuve alguna aventura. La primera es perfectamente entendible, ya que se trata de un presente general, no hace referencia en el momento exacto de habla, sino a una generalidad habitual en relación con el tiempo de recepción. Es decir,  puede ser que en ese momento de la persona que estén hablando no esté bien, pero el interlocutor, al no tener constancia de eso, sentencia una regularidad presente a través de su conocimiento. En cuanto a la segunda deixis, el contexto mismo pone en situación al después. Con anterioridad, se señala En la época de estudiante estaba siempre deprimido, lleno de dudas religiosas y problemas existenciales. No me comía una rosca. Es decir, el después marca posterioridad al momento temporal presentado.
No se presentan deixis de discurso, pero sí anáforas. Como ejemplo pág. 178: Tenía la impresión de que se enfurecía al verme. Quizá era su estado natural, pero mi impresión era otra, por eso dejé de ir. El eso va directamente relacionado con el enunciado producido con anterioridad: tenía la impresión de que se enfurecía al verme.  Se considera anáfora porque recupera el significado, se refiere a la expresión lingüística anterior.
Como conclusión sobre los deícticos, cabe señalar que no presentan confusiones puesto que en la conversación solo participan dos personas. Sería en un diálogo en el que los interlocutores fuesen tres o más  cuando empezaríamos a tener más problemas. La mayoría de centros deícticos presentados giran en torno a los dos interlocutores: Consuelo y Héctor. Cuando hablan de terceras personas estas quedan sin centro deíctico. Tal vez, el contexto presentado (estar hablando en un vehículo mientras una de las dos personas conduce) impide que haya un uso gestual. Así mismo, la conversación deriva mucho en recuerdos y situaciones hipotéticas, mientras que los deícticos cobran su protagonismo en situaciones propiamente físicas, en las que participan las coordenadas contextuales.
Para hablar sobre las implicaturas, en primer lugar, es necesario poner de relieve las máximas de Grice las cuales regulan el principio cooperativo de la conversación. Se distinguen: cantidad, calidad, pertinencia y manera. Las máximas no deben considerarse normas estrictas, sino más bien como principios descriptivos. Los hablantes no están todo el rato pendiente de mantener las máximas. Por ello, a veces se dejan de cumplir, algunos motivos pueden ser: la violación encubierta (engaño), supresión abierta (hay una negación clara hacia la colaboración conversacional), conflicto o colisión, e incumplimiento o violación abierta (burla). A veces, cuando se violan las máximas, las inferencias surgen para preservan la asunción de cooperación, es entonces cuando se habla de implicatura conversacional.  En estas implicaturas conversacionales, se distinguen tres clases: las estándar, las que evitan de conflicto o colisión, y las de burla. En el texto de Marina Mayorial solo aparecen algunas de estas implicaturas conversacionales. Asimismo hay que señalar que se subdividen en dos grupos: generalizadas (no dependen del contexto de emisión) y particularizadas (dependen del contexto de emisión).
Implicaturas estándar:
Calidad: pág. 185:
−Viene por aquí en verano, ¿no? Yo no la he visto nunca.
−No venía, hasta que me planté. Ahora vienen quince días en agosto y una semana en Navidad, desde hace dos años.
Se implica el interlocutor cree que vienen quince días en agosto y una semana en Navidad puesto que tiene la suficiente evidencia de ello, pero podría ser mentira, entonces entraríamos en la paradoja de Moore. Entonces, hay implicatura pero aparentemente no hay violación. La implicatura sería particularizada. Depende del contexto formulado.
                Pertinencia: pág. 186:
                               −¿No te enteraste del follón que organicé?
                               −Yo me entero de pocas cosas, ya me conoces.
Se asume que el segundo enunciado es pertinente. Aunque no de una respuesta clara, el hecho de que B de esa información a A le facilita la asunción de que si dice que se entera de pocas cosas será porque no se enteró del follón que organizó, de lo contrario hubiese respondido afirmativamente a la pregunta. El pocas implica menor cantidad, por lo tanto menos posibilidad, es el elemento que da a entender la negación. No se considera implicatura burla de pertinencia puesto que guarda relación con el enunciado de A. Aunque parezca completamente distinto no es así. Conserva el verbo de relación enterar, por lo tanto es pertinente y ello muestra colaboración. La implicatura es generalizada, independientemente del contexto, la implicación siempre será la misma cuando se reproduzca ese enunciado.
No aparece ninguna implicatura que deba inferirse que se viola una máxima para evitar conflicto con otra, y de burla de máximas solo se ha hallado una de calidad: pág. 183:
−¿Sabes lo que Arancha me decía cuando yo andaba llorando por los rincones porque Juanma no me hacía maldito caso? «Puesta a enamorarte de un guaperas, podías haberte enamorado de Héctor Monterroso»[…].
−No me digas esas cosas, que me pongo nervioso y nos salimos de la carretera.
−Ya deberías estar acostumbrado a oírlas.
−¿Acostumbrado? […] En la época de estudiante estaba siempre deprimido, lleno de dudas religiosas y problemas existenciales. No me comía una rosca.
Por el contexto, no me comía una rosca expresa una falsedad, no se refiere a que no comiera roscas de repostería o de pan, se refiere a la metáfora que se asume como que no ligaba.  Burla la máxima de pertinencia porque el enunciado no tiene nada que ver con lo que implica, sin embargo, mantiene la cooperación. La implicatura es generalizada, independientemente del contexto, la implicación siempre será la misma cuando se reproduzca ese enunciado.
Por otro lado, la falta significativa de violación de máximas tal vez sea el resultado de la voluntad de la autora de crear un diálogo correcto. Ambos interlocutores pertenecen trabajos de prestigio social y que requieren una buena educación: médico (Consuelo) y arquitecto (Héctor). Tal vez, la autora considere que su educación y su confianza y respeto, puesto la relación social que ambos comparten, les hace mantener un diálogo respetuoso y pertinente. Por lo tanto, en este caso, la ausencia representativa de la no violación de máximas nos indicaría que ambos tienen el deseo y/o la necesidad de establecer una conversación pertinente y cordial, puesto que la ruptura de las máximas puede producir el enfado o la discordia entre los interlocutores, o, manifestar un carácter no carismático por parte de alguno de los hablantes.
La teoría de los actos de habla de Searle será la última que se aplicará a este análisis pragmático del fragmento de Marina Mayoral. Esta teoría se basa en el hecho de que se asumen tres tipos de niveles básicos al realizar un enunciado: el acto locutivo (atañe a lo que se dice), el acto ilocutivo (atañe a la intención de lo que se quiere conseguir mediante el enunciado), y el acto perlocutivo (hace referencia a los efectos que produce el enunciado en el receptor).  Se diferencia también el acto directo (coinciden el locutivo y el ilocutivo, se expresa directamente la intención) y el acto indirecto (locutivo e ilocutivo no coinciden, por lo tanto, la finalidad es distinta al enunciado expresado). La teoría de los actos de habla se correspondería a la idea filosófica de Cómo hacer cosas con palabras (John L. Austin 1962).
 A continuación, se muestran ejemplos extraídos del texto de Deseos que ejemplificarán cada uno de los actos de habla propuestos por Searle.
Actos de habla representativos o asertivos. Estos son uno de los 2 que más aparecen durante todo el capítulo. Seguramente, por el hecho de que son dos amigos que como hace mucho que no se ven continuamente se están preguntando cosas sobre su vida personal, y la vida de sus amigos de juventud, están “poniendo al día su amistad”. Por ello, ambos se hacen preguntas y deben responder con una voluntad sincera. Ej. Pág. 180:
−¡Sí! ¿Qué es de su vida?
−Se ha casado, tiene dos niños, le va bien el trabajo. Le va bien la vida.              
Actos de habla expresivos. Estos conformarían el segundo acto de habla que más se reproduce durante todo el capítulo. Como bien ya se comentó desde el principio, el contexto más la relación social de ambos, favorece una conversación íntima con posibilidad a confesiones y expresiones íntimas, y emocionales. También se preocupan por mostrar agradecimiento. El interlocutor más expresivo de ambos es Héctor. Por tanto, delata una necesidad expresiva, de confesión. 
−Estas cosas me hacen sentirme avergonzado de ser hombre. Y me alegra haber podido ayudar en algo. (Héctor).
-Me haces sentirme culpable, Consu. Eres la única que ha estado a la altura de las circunstancias. (Héctor).
−No, gracias. He tomado un vaso de leche de la máquina y una enfermera me  ha dado galletas. (Consuelo).
Actos de habla directivos. El acto que intenta ilocutivamente que el hablante actúe de manera que su conducta concuerde con el contenido proposicional del acto de habla solo aparece tres veces, concretamente, hacia al final del capítulo. Resulta completamente minoritario en el texto. Ej. Pág. 178:
−Deja aquí la ambulancia. Miguel o el chófer se encargarán de llevarla al garaje.
−Voy a llamarte yo, pero si no lo hago, llámame tú. […]
−[…]Procura llamarme tú, al menos la primera vez.
Los actos de habla compromisivos y declarativos no aparecen en todo el fragmento. El acto declarativo es muy específico y por lo tanto no es extraño. Sin embargo, el compromisivo, al ser amigos podría pensarse que se hacen alguna promesa, pero no sucede así.
Searle establece, a parte de los actos de habla, un conjunto de condiciones necesarias para que se realicen. Distingue cuatro tipos de condiciones que gobiernan la adecuación de los enunciados:
Las condiciones de contenido proposicional: se referiría a las características mismas de la proposición para poder realizar el acto de habla. En los actos directivos, se considera el elemento de la proposición que hace posible el acto verbos de dirección (el imperativo): deja, llámame. En los actos expresivos, el uso del verbo sentir es el que los marca en este caso: me haces sentirme, así como el uso de gracias para expresar gratitud. En cuanto a las proposiciones que hacen posible el acto asertivo, serían aquellas que expresan afirmación. En el ejemplo presentado, el acto viene condicionado por una pregunta directa, la cual expresa que el hablante desea obtener una respuesta concreta.
Las condiciones preparatorias: son aquellas que deben darse para que tenga sentido realizar el acto ilocutivo. Tales condiciones también se cumplen en todos los casos. En los asertivos puesto que los dos interlocutores creen siempre responder con la verdad,  y en los directivos porque las órdenes que se dan se brindan con el conocimiento de que la otra persona las puede realizar y con la justa autoridad que a cada uno de los interlocutores le corresponde sobre el otro.
Las condiciones de sinceridad: se centra en el estado psicológico del hablante. Es condición necesaria para que el hablante exprese lo que siente al realizar el acto ilocutivo.  Está ligado con el acto expresivo, y así se da. Ambos interlocutores se muestran sinceros al expresar sus emociones, su estado psicológico coincide con lo que sus actos expresivos enuncian.
Las condiciones esenciales: son las que caracterizan tipológicamente el acto realizado, es decir, la emisión de cierto contenido proposicional en las condiciones adecuadas cuenta como la realización del acto que se ha pretendido llevar a cabo. Parece ser que todos los actos de habla consiguen su fin en este fragmento de Deseos.
Para finalizar el análisis del texto en relación con los actos de habla, cabe decir que no se ha detectado ningún acto de habla indirecto.
Como conclusión, los actos de habla nos muestran varias características que nos ayudan a comprender una nueva dimensión de la conversación. En primer lugar, que el personaje que más necesita expresar sus emociones, y, por lo tanto, es con seguridad, el más emocional, es Héctor. Aunque Consuelo también realiza confesiones pero en menor grado. La abundancia de actos de habla asertivos nos revela también que el otro punto de peso es el traspaso de información, la conversación gira alrededor de explicarse sucesos de sus vidas, e información sobre el conocimiento de cómo viven sus antiguos amigos actualmente. Por lo tanto, se confirman las sospechas que la conversación fue inducida a través del contexto y la relación social, resulta una conversación privada, íntima y con alto nivel de confidencia y probabilidad para la confesión y apertura emocional. El hecho de que aparezca el acto directivo al final, además haciendo hincapié a que se llamen, refuerza la visión de una conversación que ha resultado agradable, incluso necesaria para ambos. También hay que considerar que si se han dado todas las condiciones que Searle propone para que se realicen los actos de habla se traduce a una sensación de satisfacción por parte de los interlocutores, pues ambos consiguen lo que quieren del otro.



[1] P. 177: Consuelo sube a la parte delantera de la ambulancia
[2] P.177. Aparece en muchísimos finales de oración.  Demuestra un esfuerzo por parte de Héctor para mantener la proximidad.

Análisis de Deseos Marina Mayoral con Etelvian a las 14:00

7 may 2012

La figura de Lilith en 'Deseos'


LA FIGURA DE LILITH EN DESEOS

Abel Moreno Archilla

Sostenían los babilonios que el hombre primitivo era andrógino[1]. Dicha afirmación sería reiterada, siglos después, por el mito platónico: en los comienzos de la humanidad había hombres, mujeres y andróginos; cada individuo poseía dos caras, cuatro brazos, cuatro piernas y dos cuerpos unidos; un día los dioses dividieron en dos al grupo de los terceros y desde entonces cada mitad trata de encontrar a su mitad complementaria ya que, mediante el acoplamiento de dos mitades disímiles, se creaban nuevos seres humanos[2]. Se debe advertir que la historia de Platón sólo se propone explicar el amor, y la división entre sexos se toma como punto de partida. Esta división supone, entonces, la sexualidad: el conjunto de condiciones anatómicas y fisiológicas que caracterizan a cada sexo. Para el caso manejaremos una segunda acepción; la que corresponde al apetito sexual, a la propensión al deseo carnal. En la siguiente monografía no se pretende tratar la sexualidad a partir de fundamentos científicos, sino acercarse al papel respectivo de ambos sexos para descubrir en la novela Deseos uno de los mitos sociales más antiguos: la figura de la «seductora diabólica de atractivo irresistible y de carácter mágico-demoníaco, gracias a los cuales puede vincular al hombre de manera erótica y desviarlo moralmente y hundirlo en la desgracia»[3]; en otras palabras, lo que se conoce con el término francés de femme fatale. Así es Constanza o, si más no, de tal modo la perciben los demás personajes —en un primer momento, incluso el lector—. Por ello, el objeto del presente trabajo será establecer una comparación sociológico-literaria entre la Constanza que se rumorea en Brétema y el origen del mito, la considerada primera mujer fatal de la historia, Lilith, para intentar demostrar con ello el sexismo de una sociedad universalmente patriarcal, tanto en la Antigüedad como en la mencionada obra de Marina Mayoral, y como tal discriminación ha afectado a la figura femenina en la literatura. Lógicamente, debe advertirse en el proceso el dónde y el cuándo acontece la narración, y cómo esta ubicación espacio-temporal afecta a todo aquel que se ve inmerso en ella. Vayamos por partes:

Son muchas las interpretaciones que se han dado de Lilith a lo largo de la historia y que, posteriormente, han servido para recrearla en obras literarias y pictóricas. Ausejo, por ejemplo, en su Diccionario, dice de ella: «Figura demoníaca femenina, correspondiente al lilîtu babilónico, demonio de las tempestades. Habita en el desierto o en ruinas abandonadas[4]»[5]. Cirlot, en cambio, es mucho más objetivo en su aclaración:

«Primera mujer de Adán, según la leyenda hebrea. Espectro nocturno, enemigo de los partos y de los recién nacidos. Satélite invisible de la Tierra, mítico. […] (algunos) rasgos aproximan este ser a la imagen griega de Hécate, exigente de sacrificios humanos. Lilith personifica la imago materna en cuanto a reaparición vengadora que actúa contra el hijo y contra su esposa (tema transferido en otros aspectos a la “madrastra” y a la madre política). No se debe identificar literalmente con la madre, sino con la idea de ésta venerada (amada y temida) durante la infancia. Lilith puede surgir como amante desdeñada o anterior “olvidada”, […] que, en nombre de la imago materna, pretende y procura destruir al hijo y a su esposa. Posee cierto aspecto viriloide como Hécate, “cazadora maldita”. La superación de este peligro se simboliza en los trabajos de Hércules mediante el triunfo sobre las amazonas.»[6]

El origen de este personaje[7] es un revuelto desidioso de una tradición judía primitiva y una sacerdotal posterior que trata de explicar cómo, tras la queja de un Adán apesadumbrado por la soledad[8], Dios creó a Lilith, la primera mujer, con inmundicia y sedimento (en vez de polvo puro, como había hecho con la invención masculina). El clímax de la relación entre varón y hembra llegó a raíz del descontento de Lilith: cuando Adán quiso acostarse con ella, ésta se ofendió por la postura recostada que él exigía, a lo que exclamó: «¿Por qué he de acostarme debajo de ti? Yo también fui hecha con polvo, y por consiguiente soy tu igual». Adán intentó forzarla y Lilith, al sentirse violentada, se elevó en el aire y lo abandonó. Tres ángeles enviados por Dios la encontraron junto al Mar Rojo, región que abundaba en demonios lascivos, con los cuales «mantenía relaciones pariendo cada día más de cien hijos»[9]. Asistimos, pues, a la construcción discriminatoria a partir de la atención preponderante al sexo: la creación con polvo puro en contraposición a la creación desde la inmundicia; las órdenes y la violencia masculinas; una tradición que ha tachado a Lilith de puta por haber querido mantener relaciones sexuales después de prescindir de su pareja; etc. En la imaginaría medieval ya se pueden observar los resultados de dichas consideraciones[10], y la conclusión que se extrae de Lilith la fija como «icono de la mujer situada fuera del círculo de lo correcto»[11]. Esta imagen de mujer desobediente se contrapone a la mujer virgen encerrada en su propio hogar, guardiana de su propia virtud y de la de su marido, pero es homóloga con la idea que se tiene de Constanza en Brétema, un pequeño pueblo gallego, de mediados del siglo pasado, incrustado en una sociedad en la que el hombre se desata violentamente contra la mujer («la huella de los golpes, los moratones en los brazos, en las piernas, en las manos»[12]), porque ésta es simplemente, para la época —y desde el Origen del Mundo—, «una matriz, un ovario; es una hembra, y basta tal palabra para definirla»[13]. Pero, ¿qué circunstancias pueden darse en Deseos para que se llegue a vincular a una y a otra mujer?
            Hemos apuntado al comienzo que la línea teórica a seguir en el estudio es aquella que se principia desde lo sexual. El siguiente paso es interiorizar la asimetría sexual entre varones y mujeres, en concreto los de la España de finales del XX. El sociólogo Gil Calvo nos descubre la existencia de «una sexualidad biplanar»:

«de una parte, la sexualidad masculina, incansable devoradora de imaginarias presas sexuales que poder acumular con ostentación fetichista; y del otro lado la sexualidad femenina, ofrecida como forma física y figura visual que se exhibe a la mirada.»[14]

Pero la atracción visual que pueda provocar una mujer cuya sensualidad sobrepasa a las demás no sólo se manifiesta en el varón, también en esas otras féminas que la rodean. Constanza lo confiesa en uno de sus monólogos interiores: «En la mayoría de las miradas femeninas había envidia, antipatía, desdén. En las de los hombres había deseo, pero también lascivia, desafío, miedo. Eran miradas turbias, sucias». Aun con todo, para que no haya malentendidos, el mismo autor agrega:

«Las mujeres se arreglan para parecer agradables a la vista y resultar, así, dignas de respeto y estima; nunca, desde luego, salvo obvias situaciones excepcionales, para provocar la excitación sexual masculina. Pero los varones, por completo ignorantes y despreocupados ante la forma en que las mujeres se arreglan, las consumen sin embargo como objetos sexuales visualmente explotables»[15]

Son las situaciones excepcionales las que configuran el pasado de Constanza y la redefinen como objeto sexual, desde ése momento hasta su presente en Deseos. En un principio, al ejercer la prostitución, aprovecha sus virtudes al servicio de sus propios intereses:

«era ella la que abandonaba a un amante para irse con otro más rico o más poderoso, cosa que me parece un rasgo de inteligencia»[16]

Expone Simone de Beauvoir que gran parte de las prostitutas están «moralmente adaptadas a su condición»[17], y prosigue, «eso no quiere decir que sean hereditariamente o congénitamente inmorales, sino que se sienten, con razón, integradas en una sociedad que les exige sus servicios». Había de parecer provocativa y seductora, necesitaba resultar atractiva para poder ocupar con competencia la posición que le ha sido socialmente asignada:

«Eso me ha ayudado a sobrevivir en el mundo en el que me ha tocado bandearme»[18]

Mas esta circunstancia se repite a lo largo de su vida:

«Constanza (aportaba) belleza y juventud»[19]

El resultado fue una mujer fetichizada que se constituyó como objeto visual libremente ofrecido a todas las miradas. Véase el siguiente ejemplo:

«[…] el sobrino de Pinohermoso. Me miró con provocación»[20]

Incluso el que fue su marido, Pedro Monterroso, consciente de su pasado y de cómo la sensualidad de su mujer, hecho surtidor, salpica en otros hombres, declara:

«Me he casado con una mujer hermosa y me gusta que la admiren»[21].

Esta «explotación visual», la que compone al objeto sexual, consta de tres fases[22]: la objetivación, la significación y la reestructuración. Con la primera (objetivación), el cuerpo femenino —entiéndase Constanza— es contemplado como un espacio articulado, puede descomponerse en sus distintos elementos parciales: el caer de su cabello, la media luna de su sonrisa, la oquedad de su cuello. El personaje masculino Dictino configura una perfecta disección con estos elementos:

«Doña Constanza se rió de esa manera suya, echa la cabeza hacia atrás y le palpita el cuello que parece marfil entre los rizos rojos y se le ven todos los dientes tan blancos y brillantes; se ríe como una artista de cine»[23]

Los fetiches (cabello, sonrisa, cuello), objetivados como signos sexuales, componen una significación que articula dicho fetichismo como un lenguaje significativo de signos eróticos, «actúan y funcionan al modo de inscripciones que recubren, marcan y señalan el cuerpo de la mujer para que pueda ser leído e interpretado como un mensaje retórico, sexualmente movilizador». Dividido el cuerpo y condensado a unidades objetivas sexualmente significativas, resulta, después, enteramente reconstruido (reestructuración) hasta edificar un objeto sexual dotado de identidad propia y singular: Constanza. Una de esas unidades objetivas que toma cierta importancia en la novela —y que acabamos de citar— es el cabello. Simbólicamente, el pelo, sobre todo el femenino, es una manifestación energética. Sobre dicho elemento Cirlot interpreta:

«La cabellera, por hallarse en la cabeza, simboliza fuerzas superiores. […] La cabellera opulenta en una representación de la fuerza vital y de la alegría de vivir, ligadas a la voluntad del triunfo. Los cabellos corresponden al elemento del fuego; simbolizan el principio de la fuerza primitiva. Una importantísima asociación secundaria deriva de su color. […] los cabellos cobrizos tienen carácter venusino y demoníaco»[24]

En el arte plástico es relevante la imagen dada a la mujer con la llegada de los prerrafaelitas: una tensión erótica que influenciará al simbolismo europeo posterior: «Este erotismo subyacente y, en más de una ocasión, claramente inquietante, sacará a la luz la figura de un tipo de mujer tan sensual como extraña, que ya prefigura las principales características femme fatale de fin de siglo. Los motivos más recurrentes serán la mirada ausente, la actitud laxa, levemente provocativa, y en cuanto a lo físico, el cabello abundante, suelto, en ocasiones rizado u ondulado, habitualmente rojo, y los ojos verdes, fríos, penetrantes»[25]. De las citas anteriores puede extraerse, también, algunas deducciones igualatorias entre Lilith y la femme de la novela; recuérdense las palabras del carpintero de Brétema: «rizos rojos», cabello cobrizo y ondulado.
            Son interesantes, también, otros aspectos que ofrece Chevalier sobre Lilith; puntos de vista que pueden asociarse con momentos en la vida de Constanza. Véase el primero de los ejemplos:

«En cuanto mujer suplantada o abandonada en beneficio de otra (se refiere a Eva), Lilith representa las iras antifamiliares, la ira de las parejas y de los hijos; recuerda la imagen trágica de las lamias de la mitología griega. Ella no puede integrarse a los marcos de la existencia humana, de las relaciones interpersonales y comunitarias; es rechazada al abismo, al fondo del océano, donde no cesa de recibir tormento por la perversión del deseo que la aleja de la participación en las normas. Lilith es “la faunesa nocturna que trata de seducir a Adán y engendra las criaturas fantasmales del desierto, la ninfa vampírica de la curiosidad, que a voluntad pone o quita sus ojos, y que distribuye a los hijos de los hombres la venenosa leche de los sueños”.»[26]

Este fragmento se antoja muy similar al trato que Constanza recibe en detrimento de la familia Monterroso: «la gente enseguida me critica y se hace eco de todas las maldades que dicen tus parientes (dirigiéndose a Hermes) sobre mí»[27]. En el segundo de los puntos que sobre Lilith plantea Chevalier se considera su condición de «instigadora de los amores ilegítimos». Véase a continuación:

«Lilith es también la enemiga de Eva, la perturbadora del lecho conyugal»[28]

Todo habitante de Brétema sabe algo, por poco que sea, acerca del pasado de Constanza; pero, ninguno de los personajes sabe con seguridad acerca de la vida de la «viudita», como alguno de ellos la llama. Cito a Robert Burton: «Una palabra hiere más profundamente que una espada». De esta manera, puede que nos hagámonos a la idea de lo que supone cargar durante una vida con un considerable número de agravios: pájara, viuda alegre, zorra, puta, lagarta. Para una parte de las mujeres de Brétema, Constanza supone un peligro —dada su belleza y su sensualidad, que ya hemos comentado—, y más aún cuando se la tiene tan en cuenta por su antigua profesión. En palabras de Amalia

«Quizá Constanza no fuese puta, pero cambiaba de pareja por dinero, eso es lo que la gente comenta, que desde jovencita tuvo amantes ricos, y que siempre fue ella la que los dejó por otro con más dinero o más poder»[29]

Otras mujeres, lejos de sentirse en alerta por el riesgo que supondría perder a la persona que aman, apuntan[30]:

«¿Y Constanza? Yo he dado por supuesto que, dado su historial, lo que le interesa de un chico joven y guapo es el sexo, pero puede ser que me equivoque» / «Quién sabe, pero dado su historial, debe de estar blindada contra los sentimientos, o no habría llegado a marquesa consorte»

«era ella la que abandonaba a un amante para irse con otro más rico o más poderoso, cosa que me parece un rasgo de inteligencia»

«[…] Constanza os parece incapaz de enamorarse. O bien porque la vida la zarandeó muy duró y la blindó contra debilidades amorosas, o bien porque es una mujer interesada, que ha utilizado a los hombres para medrar»

La carga del rumor pesa sobre la mujer, marcada por boca de todos, inclusive la de su propio amador; pues, tal vez, las suyas sean las declaraciones más jugosas para el análisis comparativo: Héctor, el último de tres generaciones familiares con las que Constanza mantiene relaciones —recuérdese, también, que ha enterrado a las dos primeras, Pedro y Hermes Monterroso, lo que alimenta el tópico de viuda negra, de mantis religiosa, de femme fatale—, se ve sumido en la pesada incertidumbre de no tener claro qué le empuja a sentirse tan atraído por ella, teniendo en cuenta el trato que recibe por su parte. Véanse los ejemplos:

«te desespera su indiferencia. Indiferencia no es la palabra adecuada para Constanza, quizá lejanía, distancia, serían más apropiadas. Sólo en la cama, sólo en tus brazos la sientes cercana, palpitante y tuya, sólo en los escasos momentos en que tus besos la llevan a cerrar los ojos y entregarse por completo…» (p. 112)

«te excitan sus risas cuando, cansado de sus consejos, la cubres de besos, […], entonces se transforma en la mujer que tú deseas sobre todas las cosas. Pero también amas a la Constanza tierna que acaricia tu cara y se preocupa por tu salud:» (p. 113)

«Juega contigo, te maneja a su antojo. […] Constanza consigue que te comportes como un niñato sin experiencia.» (p. 116)

«[…] le dejó esa distancia, esa indiferencia ante los otros hombres que no son más que aventuras efímeras, superficiales, en las que puede entregar su cuerpo, pero en las que su corazón apenas se implica.» (p. 118)

Se observa en Héctor la preocupación que le suscita depender de su deseo por temor a verse condenado a la posible perdición de su persona; él mismo se sabe víctima en cuanto al recelo por Constanza porque es consciente de los destinos fatales a los que otros hombres han sucumbido. Son las diferentes Dalilas el resultado de una ecuación histórica de pérfida matemática: la mujer como justificación del mal en los hombres. ¿El por qué? Figes responde: «La visión que el hombre tiene de la mujer no es objetiva, sino más bien una inestable combinación de lo que desearía que fuera y de lo que teme que pueda ser»[31]. Entiéndase la mujer, desde la situación en que el hombre la ha instalado, como la necesidad del deber-ser y el temor de lo que pueda-ser. A la respuesta que Figes nos da, Lorite Mena concluye:

«Ahí es instalada la mujer con la desconfianza hacia su sexualidad —una instalación primigenia, instrumental y verbal—: en la ignorancia de su ser y en la posibilidad de desobediencia que arrastra su diferencia. Un no-ser (ignorancia) y un no-poder (desobediencia) que en sus reversos constituyen el ser y el poder de la mujer, concentrados en su dimensión más íntima y más alterante: su sexualidad»[32].



CONCLUSIONES

La naturaleza divide a la mayoría de seres por su sexo; solo dos grupos escapan a ello: por un lado, todo organismo asexuado o hermafrodita, y por otro, el ser humano, que distribuye a hombres y mujeres por su sexualidad. Las mitologías, la mayoría patriarcales, ofrecen de manera dictatorial aquello que la mujer debe ser, no lo que quiere ser. Ese sentimiento de querer-ser es la razón fundamental de toda mujer fatal. Simone de Beauvoir, por ejemplo, denunció el hecho de que toda mujer sea, todavía hoy, una «libertad esclavizada». La situación de las mujeres se ve en desventaja cuando se las compara a las de los hombres. Las singularidades masculinas van cargadas de una indiscutible superioridad económica, mientras que las singularidades femeninas no se libran de un complejo de inferioridad porque el sexo es débil económicamente[33]. El punto de inflexión en la vida de Constanza, como ella misma explica, ocurre cuando pasa de ser «una mantenida» a una mujer «libre e independiente», aunque ello haya significado pasar por el matrimonio:

«Jeremy fue para mí sólo un medio para conseguir la independencia, para situarme socialmente donde quería estar y ser yo la que eligiese»[34]

Este es el momento en el que se alcanza la gran similitud con Lilith, la emancipación personal:

«Desde ese momento, todos los hombres que hubo en mi vida los elegí yo»[35]



BIBLIOGRAFÍA

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·PLATÓN: Diálogos. Gorgias, o de la retórica; Fedón, o de la inmortalidad del alma; El banquete, o del amor, Madrid, Espasa Calpe, 2000, 272 pp.


[1] Robert Graves y Raphael Patai, Los mitos hebreos. El libro del Génesis, Buenos Aires, Losada, 1969, p. 75: «El poema de Gilgamesh da a Endiku características andróginas: “El cabello de su cabeza como el de una mujer, con bucles que brotan como los de Nisaba, la diosa del Grano”. La tradición hebrea se deriva evidentemente de fuentes griegas, porque las dos palabras empleadas en un midrás de Taanak para describir al Adán bisexual son griegas: androgynos, “hombre-mujer”. Filón de Alejandría, el filósofo y comentador de la Biblia helenista, contemporáneo de Jesús, sostenía que el hombre fue al principio bisexual; y lo mismo opinaban los gnósticos. Sin embargo, el mito de los dos cuerpos unidos por la espalda puede muy bien haberse fundado en la observación de mellizos siameses, que a veces están unidos de esa manera embarazosa.».
[2] Platón, El Banquete, Madrid, Espasa, 2000, p. 239, cuando le ceden la palabra a Aristófanes: «al principio hubo tres clases de hombres: los dos sexos que subsisten hoy día y un tercero compuestos de estos dos y que ha sido destruido y del cual sólo queda el nombre. Este animal formaba una especie particular que se llamaba andrógina […] tenían todos los hombres la forma redonda, de manera  que el pecho y la espalda eran como una esfera y las costillas circulares, cuatro brazos, cuatro piernas, dos caras fijas a un cuello orbicular y perfectamente parecidas; una sola cabeza reunía estas dos caras opuestas la una a la otra; cuatro orejas, dos órganos genitales y el resto de la misma proporción. […] les inspiró (a los andróginos) la osadía hasta el cielo y combatir contra los dioses. [… ] Se expresó Zeus: los separaré en dos y así los debilitaré y al mismo tiempo tendremos la ventaja de aumentar el número de los que nos sirvan. […] Zeus puso delante aquellos órganos y de esta manera se verificó la concepción por la conjugación del varón con la hembra».
[3] Ángeles González Miguel, “La visión de la mujer en E.T.A. Hoffmann”, en La mujer. Alma de la literatura, de Evangelina Moral y Asunción de la Silva (coord.), Valladolid, Centro Buendía, Universidad de Valladolid, 2000, p. 106.
[4] vid. Isaías 34,14.
[5] R.P. Serafín de Ausejo, Diccionario de la Biblia, Barcelona, Herder, 1970, p. 1107.
[6] Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos, Madrid, Siruela, 2007, p. 285.
[7] Cabe destacar que Lilith, predecesora de Eva, ha sido excluida por completo de las Sagradas Escrituras; parece, a juzgar por los relatos midrásticos acerca de su promiscuidad sexual, haber sido una diosa de la fertilidad.
[8] Graves y Patai, op. cit., p. 72: «Dios hizo que Adán diese nombre a todos los animales, aves y otros seres vivientes. Cuando desfilaron ante él en parejas, Adán —que era ya como un hombre de veinte años— se sintió celoso de sus amores. Y aunque trató de acoplarse con cada hembra por turno, no encontró satisfacción en el acto. Por consiguiente exclamó: “¡Todas las criaturas menos yo tienen la compañera adecuada!” y rogó a Dios que remediara esa injusticia».
[9] ¿Es cristiano ser mujer? La condición servil de la mujer según la Bíblia y la Iglesia, de Emilio García Estebánez, Madrid, Siglo XXI de España Editores, 1992, p. 14.
[10] En la miniaturas de los hermanos Limbourg que representan El Paraíso Terrenal en el manuscrito iluminado del siglo XV, Les très riches heures du Duc de Berry, se representa una forma zoomórfica, mitad mujer, mitad serpiente, que se enrosca en el árbol y ofrece a Eva la manzana.
[11]  Golrokh Eetessam, “Lilith en el arte decimonónico. Estudio del mito de la femme fatal”, edición digital a partir de Revista Signa nº18, UNED, 2009, p. 223.
[12] Marina Mayoral, Deseos, Madrid, Alfaguara, 2011, p. 254.
[13] Simone de Beauvoir, El segundo sexo, Madrid, Cátedra, Universitat de Valencia, Instituto de la Mujer, 2005, p. 67.
[14] Enrique Gil Calvo, La mujer cuarteada. Utero, Deseo y Safo, Barcelona, Anagrama, 1991, p. 107.
[15] ib., p. 107.
[16] Mayoral, op. cit., p. 134.
[17] Beauvoir, op. cit., p. 724.
[18] Mayoral, op. cit., p. 202.
[19] ib., p. 134. (en referencia a su matrimonio con Pedro Monterroso, su pasado más próximo al tiempo presente en Deseos)
[20] ib., p. 275.
[21] ib., p. 277.
[22] vid. Gil Calvo, op. cit., pp. 108, 109 y 110.
[23] Mayoral, op. cit., p. 15.
[24] Cirlot, op. cit., p. 118 y 119.
[25] Eetessam, op. cit., p. 238.
[26] Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, Diccionario de los símbolos, Barcelona, Herder, 2007, p. 648.
[27] Mayoral, op. cit., p. 270.
[28] Chevalier y Gheerbrant, op. cit., p. 647 y 648.
[29] Mayoral, op. cit., pp. 67 y 68.
[30] ib., pp. 133, 134  y 135, respectivamente.
[31] Eva Figes, Actitudes patriarcales: las mujeres en la sociedad, Madrid, Alianza, 1972, p. 15.
[32] José Lorite Mena, El orden femenino. Origen de un simulacro cultural, Murcia, Universidad de Murcia, 2010, p. 104.
[33] vid. Octavio Fullat, La sexualidad, carne y amor, Barcelona, Nova Terra, 1968, p. 49.
[34] Mayoral, op. cit., p. 202.
[35] ídem.