7 may 2012

La figura de Lilith en 'Deseos'


LA FIGURA DE LILITH EN DESEOS

Abel Moreno Archilla

Sostenían los babilonios que el hombre primitivo era andrógino[1]. Dicha afirmación sería reiterada, siglos después, por el mito platónico: en los comienzos de la humanidad había hombres, mujeres y andróginos; cada individuo poseía dos caras, cuatro brazos, cuatro piernas y dos cuerpos unidos; un día los dioses dividieron en dos al grupo de los terceros y desde entonces cada mitad trata de encontrar a su mitad complementaria ya que, mediante el acoplamiento de dos mitades disímiles, se creaban nuevos seres humanos[2]. Se debe advertir que la historia de Platón sólo se propone explicar el amor, y la división entre sexos se toma como punto de partida. Esta división supone, entonces, la sexualidad: el conjunto de condiciones anatómicas y fisiológicas que caracterizan a cada sexo. Para el caso manejaremos una segunda acepción; la que corresponde al apetito sexual, a la propensión al deseo carnal. En la siguiente monografía no se pretende tratar la sexualidad a partir de fundamentos científicos, sino acercarse al papel respectivo de ambos sexos para descubrir en la novela Deseos uno de los mitos sociales más antiguos: la figura de la «seductora diabólica de atractivo irresistible y de carácter mágico-demoníaco, gracias a los cuales puede vincular al hombre de manera erótica y desviarlo moralmente y hundirlo en la desgracia»[3]; en otras palabras, lo que se conoce con el término francés de femme fatale. Así es Constanza o, si más no, de tal modo la perciben los demás personajes —en un primer momento, incluso el lector—. Por ello, el objeto del presente trabajo será establecer una comparación sociológico-literaria entre la Constanza que se rumorea en Brétema y el origen del mito, la considerada primera mujer fatal de la historia, Lilith, para intentar demostrar con ello el sexismo de una sociedad universalmente patriarcal, tanto en la Antigüedad como en la mencionada obra de Marina Mayoral, y como tal discriminación ha afectado a la figura femenina en la literatura. Lógicamente, debe advertirse en el proceso el dónde y el cuándo acontece la narración, y cómo esta ubicación espacio-temporal afecta a todo aquel que se ve inmerso en ella. Vayamos por partes:

Son muchas las interpretaciones que se han dado de Lilith a lo largo de la historia y que, posteriormente, han servido para recrearla en obras literarias y pictóricas. Ausejo, por ejemplo, en su Diccionario, dice de ella: «Figura demoníaca femenina, correspondiente al lilîtu babilónico, demonio de las tempestades. Habita en el desierto o en ruinas abandonadas[4]»[5]. Cirlot, en cambio, es mucho más objetivo en su aclaración:

«Primera mujer de Adán, según la leyenda hebrea. Espectro nocturno, enemigo de los partos y de los recién nacidos. Satélite invisible de la Tierra, mítico. […] (algunos) rasgos aproximan este ser a la imagen griega de Hécate, exigente de sacrificios humanos. Lilith personifica la imago materna en cuanto a reaparición vengadora que actúa contra el hijo y contra su esposa (tema transferido en otros aspectos a la “madrastra” y a la madre política). No se debe identificar literalmente con la madre, sino con la idea de ésta venerada (amada y temida) durante la infancia. Lilith puede surgir como amante desdeñada o anterior “olvidada”, […] que, en nombre de la imago materna, pretende y procura destruir al hijo y a su esposa. Posee cierto aspecto viriloide como Hécate, “cazadora maldita”. La superación de este peligro se simboliza en los trabajos de Hércules mediante el triunfo sobre las amazonas.»[6]

El origen de este personaje[7] es un revuelto desidioso de una tradición judía primitiva y una sacerdotal posterior que trata de explicar cómo, tras la queja de un Adán apesadumbrado por la soledad[8], Dios creó a Lilith, la primera mujer, con inmundicia y sedimento (en vez de polvo puro, como había hecho con la invención masculina). El clímax de la relación entre varón y hembra llegó a raíz del descontento de Lilith: cuando Adán quiso acostarse con ella, ésta se ofendió por la postura recostada que él exigía, a lo que exclamó: «¿Por qué he de acostarme debajo de ti? Yo también fui hecha con polvo, y por consiguiente soy tu igual». Adán intentó forzarla y Lilith, al sentirse violentada, se elevó en el aire y lo abandonó. Tres ángeles enviados por Dios la encontraron junto al Mar Rojo, región que abundaba en demonios lascivos, con los cuales «mantenía relaciones pariendo cada día más de cien hijos»[9]. Asistimos, pues, a la construcción discriminatoria a partir de la atención preponderante al sexo: la creación con polvo puro en contraposición a la creación desde la inmundicia; las órdenes y la violencia masculinas; una tradición que ha tachado a Lilith de puta por haber querido mantener relaciones sexuales después de prescindir de su pareja; etc. En la imaginaría medieval ya se pueden observar los resultados de dichas consideraciones[10], y la conclusión que se extrae de Lilith la fija como «icono de la mujer situada fuera del círculo de lo correcto»[11]. Esta imagen de mujer desobediente se contrapone a la mujer virgen encerrada en su propio hogar, guardiana de su propia virtud y de la de su marido, pero es homóloga con la idea que se tiene de Constanza en Brétema, un pequeño pueblo gallego, de mediados del siglo pasado, incrustado en una sociedad en la que el hombre se desata violentamente contra la mujer («la huella de los golpes, los moratones en los brazos, en las piernas, en las manos»[12]), porque ésta es simplemente, para la época —y desde el Origen del Mundo—, «una matriz, un ovario; es una hembra, y basta tal palabra para definirla»[13]. Pero, ¿qué circunstancias pueden darse en Deseos para que se llegue a vincular a una y a otra mujer?
            Hemos apuntado al comienzo que la línea teórica a seguir en el estudio es aquella que se principia desde lo sexual. El siguiente paso es interiorizar la asimetría sexual entre varones y mujeres, en concreto los de la España de finales del XX. El sociólogo Gil Calvo nos descubre la existencia de «una sexualidad biplanar»:

«de una parte, la sexualidad masculina, incansable devoradora de imaginarias presas sexuales que poder acumular con ostentación fetichista; y del otro lado la sexualidad femenina, ofrecida como forma física y figura visual que se exhibe a la mirada.»[14]

Pero la atracción visual que pueda provocar una mujer cuya sensualidad sobrepasa a las demás no sólo se manifiesta en el varón, también en esas otras féminas que la rodean. Constanza lo confiesa en uno de sus monólogos interiores: «En la mayoría de las miradas femeninas había envidia, antipatía, desdén. En las de los hombres había deseo, pero también lascivia, desafío, miedo. Eran miradas turbias, sucias». Aun con todo, para que no haya malentendidos, el mismo autor agrega:

«Las mujeres se arreglan para parecer agradables a la vista y resultar, así, dignas de respeto y estima; nunca, desde luego, salvo obvias situaciones excepcionales, para provocar la excitación sexual masculina. Pero los varones, por completo ignorantes y despreocupados ante la forma en que las mujeres se arreglan, las consumen sin embargo como objetos sexuales visualmente explotables»[15]

Son las situaciones excepcionales las que configuran el pasado de Constanza y la redefinen como objeto sexual, desde ése momento hasta su presente en Deseos. En un principio, al ejercer la prostitución, aprovecha sus virtudes al servicio de sus propios intereses:

«era ella la que abandonaba a un amante para irse con otro más rico o más poderoso, cosa que me parece un rasgo de inteligencia»[16]

Expone Simone de Beauvoir que gran parte de las prostitutas están «moralmente adaptadas a su condición»[17], y prosigue, «eso no quiere decir que sean hereditariamente o congénitamente inmorales, sino que se sienten, con razón, integradas en una sociedad que les exige sus servicios». Había de parecer provocativa y seductora, necesitaba resultar atractiva para poder ocupar con competencia la posición que le ha sido socialmente asignada:

«Eso me ha ayudado a sobrevivir en el mundo en el que me ha tocado bandearme»[18]

Mas esta circunstancia se repite a lo largo de su vida:

«Constanza (aportaba) belleza y juventud»[19]

El resultado fue una mujer fetichizada que se constituyó como objeto visual libremente ofrecido a todas las miradas. Véase el siguiente ejemplo:

«[…] el sobrino de Pinohermoso. Me miró con provocación»[20]

Incluso el que fue su marido, Pedro Monterroso, consciente de su pasado y de cómo la sensualidad de su mujer, hecho surtidor, salpica en otros hombres, declara:

«Me he casado con una mujer hermosa y me gusta que la admiren»[21].

Esta «explotación visual», la que compone al objeto sexual, consta de tres fases[22]: la objetivación, la significación y la reestructuración. Con la primera (objetivación), el cuerpo femenino —entiéndase Constanza— es contemplado como un espacio articulado, puede descomponerse en sus distintos elementos parciales: el caer de su cabello, la media luna de su sonrisa, la oquedad de su cuello. El personaje masculino Dictino configura una perfecta disección con estos elementos:

«Doña Constanza se rió de esa manera suya, echa la cabeza hacia atrás y le palpita el cuello que parece marfil entre los rizos rojos y se le ven todos los dientes tan blancos y brillantes; se ríe como una artista de cine»[23]

Los fetiches (cabello, sonrisa, cuello), objetivados como signos sexuales, componen una significación que articula dicho fetichismo como un lenguaje significativo de signos eróticos, «actúan y funcionan al modo de inscripciones que recubren, marcan y señalan el cuerpo de la mujer para que pueda ser leído e interpretado como un mensaje retórico, sexualmente movilizador». Dividido el cuerpo y condensado a unidades objetivas sexualmente significativas, resulta, después, enteramente reconstruido (reestructuración) hasta edificar un objeto sexual dotado de identidad propia y singular: Constanza. Una de esas unidades objetivas que toma cierta importancia en la novela —y que acabamos de citar— es el cabello. Simbólicamente, el pelo, sobre todo el femenino, es una manifestación energética. Sobre dicho elemento Cirlot interpreta:

«La cabellera, por hallarse en la cabeza, simboliza fuerzas superiores. […] La cabellera opulenta en una representación de la fuerza vital y de la alegría de vivir, ligadas a la voluntad del triunfo. Los cabellos corresponden al elemento del fuego; simbolizan el principio de la fuerza primitiva. Una importantísima asociación secundaria deriva de su color. […] los cabellos cobrizos tienen carácter venusino y demoníaco»[24]

En el arte plástico es relevante la imagen dada a la mujer con la llegada de los prerrafaelitas: una tensión erótica que influenciará al simbolismo europeo posterior: «Este erotismo subyacente y, en más de una ocasión, claramente inquietante, sacará a la luz la figura de un tipo de mujer tan sensual como extraña, que ya prefigura las principales características femme fatale de fin de siglo. Los motivos más recurrentes serán la mirada ausente, la actitud laxa, levemente provocativa, y en cuanto a lo físico, el cabello abundante, suelto, en ocasiones rizado u ondulado, habitualmente rojo, y los ojos verdes, fríos, penetrantes»[25]. De las citas anteriores puede extraerse, también, algunas deducciones igualatorias entre Lilith y la femme de la novela; recuérdense las palabras del carpintero de Brétema: «rizos rojos», cabello cobrizo y ondulado.
            Son interesantes, también, otros aspectos que ofrece Chevalier sobre Lilith; puntos de vista que pueden asociarse con momentos en la vida de Constanza. Véase el primero de los ejemplos:

«En cuanto mujer suplantada o abandonada en beneficio de otra (se refiere a Eva), Lilith representa las iras antifamiliares, la ira de las parejas y de los hijos; recuerda la imagen trágica de las lamias de la mitología griega. Ella no puede integrarse a los marcos de la existencia humana, de las relaciones interpersonales y comunitarias; es rechazada al abismo, al fondo del océano, donde no cesa de recibir tormento por la perversión del deseo que la aleja de la participación en las normas. Lilith es “la faunesa nocturna que trata de seducir a Adán y engendra las criaturas fantasmales del desierto, la ninfa vampírica de la curiosidad, que a voluntad pone o quita sus ojos, y que distribuye a los hijos de los hombres la venenosa leche de los sueños”.»[26]

Este fragmento se antoja muy similar al trato que Constanza recibe en detrimento de la familia Monterroso: «la gente enseguida me critica y se hace eco de todas las maldades que dicen tus parientes (dirigiéndose a Hermes) sobre mí»[27]. En el segundo de los puntos que sobre Lilith plantea Chevalier se considera su condición de «instigadora de los amores ilegítimos». Véase a continuación:

«Lilith es también la enemiga de Eva, la perturbadora del lecho conyugal»[28]

Todo habitante de Brétema sabe algo, por poco que sea, acerca del pasado de Constanza; pero, ninguno de los personajes sabe con seguridad acerca de la vida de la «viudita», como alguno de ellos la llama. Cito a Robert Burton: «Una palabra hiere más profundamente que una espada». De esta manera, puede que nos hagámonos a la idea de lo que supone cargar durante una vida con un considerable número de agravios: pájara, viuda alegre, zorra, puta, lagarta. Para una parte de las mujeres de Brétema, Constanza supone un peligro —dada su belleza y su sensualidad, que ya hemos comentado—, y más aún cuando se la tiene tan en cuenta por su antigua profesión. En palabras de Amalia

«Quizá Constanza no fuese puta, pero cambiaba de pareja por dinero, eso es lo que la gente comenta, que desde jovencita tuvo amantes ricos, y que siempre fue ella la que los dejó por otro con más dinero o más poder»[29]

Otras mujeres, lejos de sentirse en alerta por el riesgo que supondría perder a la persona que aman, apuntan[30]:

«¿Y Constanza? Yo he dado por supuesto que, dado su historial, lo que le interesa de un chico joven y guapo es el sexo, pero puede ser que me equivoque» / «Quién sabe, pero dado su historial, debe de estar blindada contra los sentimientos, o no habría llegado a marquesa consorte»

«era ella la que abandonaba a un amante para irse con otro más rico o más poderoso, cosa que me parece un rasgo de inteligencia»

«[…] Constanza os parece incapaz de enamorarse. O bien porque la vida la zarandeó muy duró y la blindó contra debilidades amorosas, o bien porque es una mujer interesada, que ha utilizado a los hombres para medrar»

La carga del rumor pesa sobre la mujer, marcada por boca de todos, inclusive la de su propio amador; pues, tal vez, las suyas sean las declaraciones más jugosas para el análisis comparativo: Héctor, el último de tres generaciones familiares con las que Constanza mantiene relaciones —recuérdese, también, que ha enterrado a las dos primeras, Pedro y Hermes Monterroso, lo que alimenta el tópico de viuda negra, de mantis religiosa, de femme fatale—, se ve sumido en la pesada incertidumbre de no tener claro qué le empuja a sentirse tan atraído por ella, teniendo en cuenta el trato que recibe por su parte. Véanse los ejemplos:

«te desespera su indiferencia. Indiferencia no es la palabra adecuada para Constanza, quizá lejanía, distancia, serían más apropiadas. Sólo en la cama, sólo en tus brazos la sientes cercana, palpitante y tuya, sólo en los escasos momentos en que tus besos la llevan a cerrar los ojos y entregarse por completo…» (p. 112)

«te excitan sus risas cuando, cansado de sus consejos, la cubres de besos, […], entonces se transforma en la mujer que tú deseas sobre todas las cosas. Pero también amas a la Constanza tierna que acaricia tu cara y se preocupa por tu salud:» (p. 113)

«Juega contigo, te maneja a su antojo. […] Constanza consigue que te comportes como un niñato sin experiencia.» (p. 116)

«[…] le dejó esa distancia, esa indiferencia ante los otros hombres que no son más que aventuras efímeras, superficiales, en las que puede entregar su cuerpo, pero en las que su corazón apenas se implica.» (p. 118)

Se observa en Héctor la preocupación que le suscita depender de su deseo por temor a verse condenado a la posible perdición de su persona; él mismo se sabe víctima en cuanto al recelo por Constanza porque es consciente de los destinos fatales a los que otros hombres han sucumbido. Son las diferentes Dalilas el resultado de una ecuación histórica de pérfida matemática: la mujer como justificación del mal en los hombres. ¿El por qué? Figes responde: «La visión que el hombre tiene de la mujer no es objetiva, sino más bien una inestable combinación de lo que desearía que fuera y de lo que teme que pueda ser»[31]. Entiéndase la mujer, desde la situación en que el hombre la ha instalado, como la necesidad del deber-ser y el temor de lo que pueda-ser. A la respuesta que Figes nos da, Lorite Mena concluye:

«Ahí es instalada la mujer con la desconfianza hacia su sexualidad —una instalación primigenia, instrumental y verbal—: en la ignorancia de su ser y en la posibilidad de desobediencia que arrastra su diferencia. Un no-ser (ignorancia) y un no-poder (desobediencia) que en sus reversos constituyen el ser y el poder de la mujer, concentrados en su dimensión más íntima y más alterante: su sexualidad»[32].



CONCLUSIONES

La naturaleza divide a la mayoría de seres por su sexo; solo dos grupos escapan a ello: por un lado, todo organismo asexuado o hermafrodita, y por otro, el ser humano, que distribuye a hombres y mujeres por su sexualidad. Las mitologías, la mayoría patriarcales, ofrecen de manera dictatorial aquello que la mujer debe ser, no lo que quiere ser. Ese sentimiento de querer-ser es la razón fundamental de toda mujer fatal. Simone de Beauvoir, por ejemplo, denunció el hecho de que toda mujer sea, todavía hoy, una «libertad esclavizada». La situación de las mujeres se ve en desventaja cuando se las compara a las de los hombres. Las singularidades masculinas van cargadas de una indiscutible superioridad económica, mientras que las singularidades femeninas no se libran de un complejo de inferioridad porque el sexo es débil económicamente[33]. El punto de inflexión en la vida de Constanza, como ella misma explica, ocurre cuando pasa de ser «una mantenida» a una mujer «libre e independiente», aunque ello haya significado pasar por el matrimonio:

«Jeremy fue para mí sólo un medio para conseguir la independencia, para situarme socialmente donde quería estar y ser yo la que eligiese»[34]

Este es el momento en el que se alcanza la gran similitud con Lilith, la emancipación personal:

«Desde ese momento, todos los hombres que hubo en mi vida los elegí yo»[35]



BIBLIOGRAFÍA

·BEAUVOIR, Simone de: El segundo sexo, Madrid, Cátedra, Universitat de Valencia, Instituto de la Mujer, 2005, 904 pp.
·CIRLOT, Juan Eduardo: Diccionario de símbolos, Madrid, Siruela, 2007, 520 pp.
·DUBY, Georges; PERROT, Michelle: Historia de las mujeres, t. I (La Antigüedad), Madrid, Taurus, 1991, 654 pp.
·EETESSAM, Golrokh: “Lilith en el arte decimonónico. Estudio del mito de la femme fatal”, edición digital en Cervantes Virtual a partir de Revista Signa nº18, UNED, 2009, 21 pp.
·FIGES, Eva: Actitudes patriarcales: las mujeres en la sociedad, Madrid, Alianza, 1972, 207 pp.
·FULLAT, Octavio: La sexualidad, carne y amor, Barcelona, Nova Terra, 1968, 286 pp.
·GARCÍA ESTEBÁNEZ, Emilio: ¿Es cristiano ser mujer? La condición servil de la mujer según la Biblia y la Iglesia, Madrid, Siglo XXI de España Editores, 1992, 92 pp.
·GIL CALVO, Enrique: La mujer cuarteada. Útero, Deseo y Safo, Barcelona, Anagrama, 1992, 220 pp.
·GRAVES, Robert; PATAI, Raphael: Los mitos hebreos. El libro del Génesis, Buenos Aires, Losada, 1969, 377 pp.
·LORITE MENA, José: El orden femenino. Origen de un simulacro cultural, Murcia, Universidad de Murcia, 2010, 257 pp.
·MAYORAL, Marina: Deseos, Madrid, Alfaguara, 2011, 352 pp.
·PLATÓN: Diálogos. Gorgias, o de la retórica; Fedón, o de la inmortalidad del alma; El banquete, o del amor, Madrid, Espasa Calpe, 2000, 272 pp.


[1] Robert Graves y Raphael Patai, Los mitos hebreos. El libro del Génesis, Buenos Aires, Losada, 1969, p. 75: «El poema de Gilgamesh da a Endiku características andróginas: “El cabello de su cabeza como el de una mujer, con bucles que brotan como los de Nisaba, la diosa del Grano”. La tradición hebrea se deriva evidentemente de fuentes griegas, porque las dos palabras empleadas en un midrás de Taanak para describir al Adán bisexual son griegas: androgynos, “hombre-mujer”. Filón de Alejandría, el filósofo y comentador de la Biblia helenista, contemporáneo de Jesús, sostenía que el hombre fue al principio bisexual; y lo mismo opinaban los gnósticos. Sin embargo, el mito de los dos cuerpos unidos por la espalda puede muy bien haberse fundado en la observación de mellizos siameses, que a veces están unidos de esa manera embarazosa.».
[2] Platón, El Banquete, Madrid, Espasa, 2000, p. 239, cuando le ceden la palabra a Aristófanes: «al principio hubo tres clases de hombres: los dos sexos que subsisten hoy día y un tercero compuestos de estos dos y que ha sido destruido y del cual sólo queda el nombre. Este animal formaba una especie particular que se llamaba andrógina […] tenían todos los hombres la forma redonda, de manera  que el pecho y la espalda eran como una esfera y las costillas circulares, cuatro brazos, cuatro piernas, dos caras fijas a un cuello orbicular y perfectamente parecidas; una sola cabeza reunía estas dos caras opuestas la una a la otra; cuatro orejas, dos órganos genitales y el resto de la misma proporción. […] les inspiró (a los andróginos) la osadía hasta el cielo y combatir contra los dioses. [… ] Se expresó Zeus: los separaré en dos y así los debilitaré y al mismo tiempo tendremos la ventaja de aumentar el número de los que nos sirvan. […] Zeus puso delante aquellos órganos y de esta manera se verificó la concepción por la conjugación del varón con la hembra».
[3] Ángeles González Miguel, “La visión de la mujer en E.T.A. Hoffmann”, en La mujer. Alma de la literatura, de Evangelina Moral y Asunción de la Silva (coord.), Valladolid, Centro Buendía, Universidad de Valladolid, 2000, p. 106.
[4] vid. Isaías 34,14.
[5] R.P. Serafín de Ausejo, Diccionario de la Biblia, Barcelona, Herder, 1970, p. 1107.
[6] Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos, Madrid, Siruela, 2007, p. 285.
[7] Cabe destacar que Lilith, predecesora de Eva, ha sido excluida por completo de las Sagradas Escrituras; parece, a juzgar por los relatos midrásticos acerca de su promiscuidad sexual, haber sido una diosa de la fertilidad.
[8] Graves y Patai, op. cit., p. 72: «Dios hizo que Adán diese nombre a todos los animales, aves y otros seres vivientes. Cuando desfilaron ante él en parejas, Adán —que era ya como un hombre de veinte años— se sintió celoso de sus amores. Y aunque trató de acoplarse con cada hembra por turno, no encontró satisfacción en el acto. Por consiguiente exclamó: “¡Todas las criaturas menos yo tienen la compañera adecuada!” y rogó a Dios que remediara esa injusticia».
[9] ¿Es cristiano ser mujer? La condición servil de la mujer según la Bíblia y la Iglesia, de Emilio García Estebánez, Madrid, Siglo XXI de España Editores, 1992, p. 14.
[10] En la miniaturas de los hermanos Limbourg que representan El Paraíso Terrenal en el manuscrito iluminado del siglo XV, Les très riches heures du Duc de Berry, se representa una forma zoomórfica, mitad mujer, mitad serpiente, que se enrosca en el árbol y ofrece a Eva la manzana.
[11]  Golrokh Eetessam, “Lilith en el arte decimonónico. Estudio del mito de la femme fatal”, edición digital a partir de Revista Signa nº18, UNED, 2009, p. 223.
[12] Marina Mayoral, Deseos, Madrid, Alfaguara, 2011, p. 254.
[13] Simone de Beauvoir, El segundo sexo, Madrid, Cátedra, Universitat de Valencia, Instituto de la Mujer, 2005, p. 67.
[14] Enrique Gil Calvo, La mujer cuarteada. Utero, Deseo y Safo, Barcelona, Anagrama, 1991, p. 107.
[15] ib., p. 107.
[16] Mayoral, op. cit., p. 134.
[17] Beauvoir, op. cit., p. 724.
[18] Mayoral, op. cit., p. 202.
[19] ib., p. 134. (en referencia a su matrimonio con Pedro Monterroso, su pasado más próximo al tiempo presente en Deseos)
[20] ib., p. 275.
[21] ib., p. 277.
[22] vid. Gil Calvo, op. cit., pp. 108, 109 y 110.
[23] Mayoral, op. cit., p. 15.
[24] Cirlot, op. cit., p. 118 y 119.
[25] Eetessam, op. cit., p. 238.
[26] Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, Diccionario de los símbolos, Barcelona, Herder, 2007, p. 648.
[27] Mayoral, op. cit., p. 270.
[28] Chevalier y Gheerbrant, op. cit., p. 647 y 648.
[29] Mayoral, op. cit., pp. 67 y 68.
[30] ib., pp. 133, 134  y 135, respectivamente.
[31] Eva Figes, Actitudes patriarcales: las mujeres en la sociedad, Madrid, Alianza, 1972, p. 15.
[32] José Lorite Mena, El orden femenino. Origen de un simulacro cultural, Murcia, Universidad de Murcia, 2010, p. 104.
[33] vid. Octavio Fullat, La sexualidad, carne y amor, Barcelona, Nova Terra, 1968, p. 49.
[34] Mayoral, op. cit., p. 202.
[35] ídem.

6 may 2012



                                LA ACCIÓN EN DESEOS


                                                                                                              Daniela García Tabares



Abordaremos a continuación uno de los componentes que pueden distinguirse nítidamente en el texto narrativo de Marina Mayoral: esto es, el elemento de la diégesis que da ritmo y dirección a la novela. Y entendamos por diégesis ese universo de acontecimientos, personajes, espacio y tiempo, y cojamos de ellos el primero para desmenuzarlo e intentar comprender en las siguientes líneas cómo la autora nos conduce a ese único día por un único espacio, pero que, semióticamente, todo es convulso en su respectivo momento: en cada una de las vidas y de las historias paralelas pero coexistentes.

Los acontecimientos son cada una de las piezas de este rompecabezas llamado acción. Pero, ¿Qué es la acción? No entraremos en definiciones sentenciosas ni verdades irrefutables. Basándonos en lo conocido, afirmaremos que acción es todo aquello que ofrece al personaje -o actor- una experiencia que no puede ser vivida de otra manera más que por sí mismo, y de la cual derivan siempre, inexorablemente, una serie de consecuencias que son las culpables de la transformación de la historia. Para García Landa, «las "acciones" serán en realidad conceptos de acciones, extraídos metalingüísticamente de los textos en cuestión», o lo que es lo mismo, las acciones serán lo que nosotros, lectores, entendemos por acciones. Seleccionaremos casi unívocamente aquello que represente un antes y un después y seremos conscientes de la capacidad modificadora del hecho en cuestión.

Para el análisis de la acción en la novela Deseos es obligatorio aludir al tiempo. Tiempo físico, material, mesurable. La autora logra fundir ambos conceptos, acción y tiempo, en uno, llegando a convertirlos en la misma cara de una moneda: no es posible hablar de uno sin el otro. La acción se ve sometida al yugo de las horas. En la novela es tan importante el cuándo como el qué, y Mayoral articula un conjunto de acción narrativa en relación constante con los protagonistas que ejecutan y padecen el marco espaciotemporal donde se encuentran.

Pero, detengámonos a observar esta compleja construcción. Lo que está claro es que la escritora siempre tuvo claro que todos los personajes habían de estar colisionados y cohesionados en un solo punto. La dispersión llegaría más tarde, cuando cada uno de ellos divagara por sus recuerdos y nos fuesen transmitidos a través de su propia voz, sus pensamientos: el monólogo interior. Mas la voz narradora se limita hasta tal punto que sólo nos es útil para comprobar los aspectos meramente visibles. Asistimos con ella a una expectación, una transmisión de imágenes, esto es, un ojo de cámara que deslinda la vida del personaje, lo enmarca en una situación concreta. De lo que sucede en el interior del mismo y del por qué se encuentra en esa escena que la cámara nos muestra ya se encarga de hacérnoslo saber la corriente de pensamientos del monólogo interior.

Para comprender aún más el proceso de la trama, recurriremos a las nociones de Prince sobre los diferentes tipos de acción narrativa, pues en Deseos, aunque en una primera toma de contacto parece lineal y única -un sólo espacio (Brétema), un solo día (y además lógico-cronológico)- es obvio que al lector lo que le absorbe de la novela es el entramado múltiple que se desprende de esa apariencia inocente de un día cualquiera. En términos claves, lo que logra construir Mayoral es una trama subordinada que en palabras de Souvage «se trata de un conjunto unificado de acciones coincidentes pero subordinadas a las de la trama principal». Pero ¿Qué es una trama principal? Y, ¿Cuál es la subordinada? Prince tiene claro que no es más que una división palpable de las historias, y que, según la influencia de unas con otras, la complejidad o simplicidad de éstas se verá trastornada para beneficio de la trama: cuanto más influyan unas en otras, mayor será el fruto a recoger.

Gerarld Prince acuña los conceptos de la acción en mínimas o complejas, y de una u otra depende la cantidad de sucesos que se influyan. Es decir, una acción mínima, para Prince, es aquella que dispone de dos estados (dígase estado, dígase personaje y /o cosa) en los que un acontecimiento les enlaza: Julio subía en ascensor, el ascensor se detuvo de repente, pero vino Jaime y le rescató. Ejemplo básico como básica sería un acción mínima. En Deseos las acciones mínimas se nos desvelan en la contraportada del libro1 como un anzuelo a la pesca del lector curioso: «Una violación, una muerte inesperada, un accidente». Son éstas las que «conmocionan a la ciudad, aparentemente tranquila», es decir, son las historias mínimas las que trastocan el universo afable en una radiografía oscurísima de las vidas de Constanza, Consuelo, Amalia, Blanquita, etc...
Sin estos acontecimientos, sin una historia mínima que altere el suceder de los días, ninguna novela tendría sentido. Prince desarrolla su estudio en una base lógica, cada una de estas acciones mínimas irán conformando una historia compleja. En Deseos poco importa qué ocasionó el accidente, o de qué murió Juanma o inclusó qué ocurre con Conchi después de ser violada. Lo que trasciende de todas esas acciones es la introspección que produce en cada personaje, es todo lo que consiguen desencadenar en ellos, todo lo que se nos desvela gracias a que esas acciones simples han ocurrido. La historia compleja sería pues, todo el discurso de Deseos. Mayoral va armando poco a poco el puzle de Brétema.

Pero, una vez tenemos claro que Mayoral diferencia y enlaza a la perfección dichos conceptos, es inevitable que emerjan a la superficie las preguntas: ¿Por qué la necesidad de unos hechos tan "triviales", casi como de diario de sucesos o de prensa rosa? ¿No podría haber llevado a cabo la introspección y psicología del personaje él, sin más, con técnicas tan conocidas como el monólogo interior en primera persona? Las respuestas se nos antojan evidentes: pues porque no tendría esa apariencia de novela de acción mezclada con un poco de la sentimental; o porque, por otro lado, hubiese sido un ejercicio muy diferente a la creación ficcional. Indagar por indagar en el alma de unos personajes a los que no les ocurre nada en su presente, debe resultar una tarea como mínimo soporífera, y la ficción, es decir, aquella realidad que vulnera el escritor -novelista, cuentista- a su antojo para hacerla la culpable de que el personaje llegue a querer trocar su vida, es lo que verdaderamente mueve al lector, y ya no digamos al autor, a querer divagar por cuantas páginas en la psicología de los protagonistas. Pero, entonces, cómo dar con la clave para que las vidas de los vecinos de Brétema convulsionen y ese día no sea uno más, y sobre todo, cómo conseguir que esa realidad ficcionada llegue al lector como eso, una realidad verosímil. Para ello, Dannenberg, justifica los conceptos princetinianos mediante el encadenamiento feroz que ofrece la coincidencia. En Deseos la coincidencia enlaza perfectamente el universo espaciotemporal de todos los personajes y esos acontecimientos, tan simples a primera vista, relaciona a unos con otros por el mero existir del azar. Y de no ser así, entonces cómo se explica que a Blanquita le de también por levantarse a las 6:30 de la mañana, o por qué su padre Dictino está a esa hora ya trabajando, ¡Ah! ¡Claro! es que tiene que terminar el trabajo prometido a Héctor Monterroso. Y este último es el personaje que causa la unión por enlace, como un hilo del que se tira y va descosiendo el presente de todos ellos como de deshace un ovillo. Héctor es la imagen del azar calculado, milimétricamente estudiado por Mayoral para conseguir descubrir ante nosotros la profundidad en la que toda vida está sumergida. El azar es una herramienta más. Gracias a él se producen los encuentros que provocan el tsunami introspectivo. Entonces, ahora la cuestión es cómo se nos narran esos encuentros y cómo se nos cuenta lo que desembocan.

Las técnicas narrativas utilizadas por Mayoral las definiremos por el factor del orden, y tendremos en cuenta cómo, en el relato aparentemente caótico de flujos de pensamientos, existe un orden informativo capaz de unir vidas y entramar relaciones -y de retomarlas-.
Las alteraciones temporales expuestas por el relato llevan consigo siempre una carga escondida de alteraciones de acontecimientos. Es decir, cada vez que uno de los personajes divaga por sus recuerdos en un paréntesis palpable de la realidad ficcional, inmediatamente le siguen unos hechos que evidentemente son el resultado de esos pensamientos. Si Constanza tenía la necesidad de hablar con los difuntos por qué iba a hacerlo sino más que para cambiar su realidad. Las alteraciones temporales se dan no sólo en el marco de los acontecimientos, sino también en los elementos lingüísticos empleados. La retrospección se produce gracias a un presente de indicativo. Curioso como mínimo. El hecho de que se nos haga saber del pasado mediante un monólogo interior -nada inusual- pero, narrado en segunda persona -¡Eureca!- y además en presente, -¡Doblemente eureca!- es la labor que más embauca al lector. La corriente de pensamientos se hace más creíble si se transmite tal y como normalmente solemos hablarnos a nosotros mismos. Lingüísticamente no cabe duda que Mayoral consigue que vayamos dando saltos de un mundo a otro, de un momento a otro, y lo consigue gracias a la elección de las voces tan diferenciadas. Al hablar el personaje consigo mismo, se nos narra de la forma que antes hemos dicho: segunda persona del singular del presente de indicativo; pero, al recordar, al rememorar su pasado, hace un uso también de la segunda persona pero esta vez con pretéritos. De este modo, la retrospección se consigue irrevocablemente, y se hace aún más presente gracias a que esas horas concretas toman la forma de la técnica ab ovo, desde el huevo, desde el inicio hasta el final: desde las 6:30 de la mañana a la 1 de la madrugada del día siguiente. Con todo ello, Mayoral consigue una analogía causal entre lo cronológico -los recuerdos y el presente- y entre las causas y consecuencias de sus actos en la vida.

Progresivamente, tanto y como Héctor Monterroso se desliza por esa calle unificadora de vidas en Brétema, vamos nosotros transcurriendo en cada una de las ventanas de sus presentes. La coincidencia antes mencionada se hace más tangible si observamos que, a la misma hora, todos observan a Héctor, todos y cada uno de ellos desvían sus pensamientos hacia él pero es él el ovo que nos llevará a la analepsis. Osease, que el ojo de cámara que nos conduce a los planos en las habitaciones de los personajes mirando a través de sus ventanas la imagen de Héctor es el detonante de que ese ojo de cámara de repente deje de serlo y se transforme en los ojos del personaje en sí. Cuando Blanquita ve a Héctor, se pregunta de dónde vendrá y a partir de ese momento empieza a desnudar sus pensamientos sobre sus padres y el futuro de su carrera.


CONCLUSIONES


Poco a poco esas ventanas, que son tomadas por el lector como presentaciones corteses, casi de protocolo, van derivando consecuentemente en un clímax en el que los sucesos alcanzan su objetivo: que a partir de ellos todo cambie, que nada vuelva a ser igual. Esto es, el nudo de la acción, lo más importante de toda historia, se concentra entre las 11.00h y las 14.00h: todo queda abierto, la intriga reconcome al lector, lo hace querer seguir. Mayoral ha llegado al punto clave donde todo lo que ocurra a partir de esas horas cambiará el destino de sus vidas. Pero, la forma de desenlazar todo es paulatina, lógicamente temporal. Los recuerdos van perdiendo su relevancia. Sólo fueron una mera estrategia de la autora para hacernos saber cómo habían llegado a ese día: por qué Consu estaba tan sola, o Blanquita tan ensimismada, o Dictino es tan trabajador. Es a partir de entonces cuando los hechos en cuestión, violación , accidente, muerte, son los relevantes, los que conducen a las decisiones finales. El desenlace es pues la resolución y la finalización de todo lo que llegaron a plantearse sobre su vida.

1. Mayoral, Marina: Deseos, Madrid, Alfaguara, 2011.




Bibliografía



1. Landa García José Ángel: Acción, Relato, Discurso: Estructura de la Ficción Narrativa. Universidad de Salamanca; 1998.

2. Gómez Redondo, Fernando: El tiempo narrativo. Liceus, Servicios de Gestión [En línea: 22-04-2012]
3. Prósper Ribes, Josep: Elementos Constitutivos Del Relato Cinematográfico. Ed. Univ. Politéc. Valencia;2004.
6. Vallés Calatrava, José R.: Teoría de la Narrativa: Una Perspectiva Sistemática.
Editorial Iberoamericana; 2008.
7. Ricoeur, Paul: Tiempo y Narración: Configuración del tiempo en el relato de Ficción. Editorial Siglo XXI; 2004.
8. Imbert Anderson, Enrique: Teoría y técnica del cuento. Editorial Ariel; 2007.